Desde que las mujeres conquistamos el derecho a trabajar fuera del hogar, y recibir una remuneración económica por nuestras labores, la pregunta de quién debe realizar las labores de cuidado ha estado revoloteando sobre nuestras cabezas. Esta entrada pretende presentar diferentes aproximaciones a esta pregunta y busca señalar cómo la mayoría de las posiciones, si bien bienintencionadas, tiene costos y fallas que hemos de tomar en cuenta a la hora de decidir cuál deseamos adoptar.
A través de su libre, In a different voice[1], Carol Gilligan señala que, de acuerdo a su investigación, las teorías de desarrollo moral usadas en ese momento, estaban basadas de manera exclusiva en la forma en la que los niños moralmente evolucionaban a ser hombres. Esto, ella señala, provocaba que la evolución moral de las niñas y mujeres fuera evaluada en una forma que silenciaba cómo construían y entendían no solo su persona, sino también sus relaciones con otros y con el mundo[2].
Gilligan explica que el estudio del desarrollo moral ha construido su sujeto de estudio como un yoque se define mediante una separación que apunta a la abstracción y la objetividad que se obtiene a través del derecho y las matemáticas como herramientas para resolver dilemas morales, nombrando esto como la lógica de la justicia (the logic of justice)[3]. Esto, Gilligan señala, es opuesto a la forma en la que las niñas encuestadas interactúan con el mundo: ellas ven el mundo compuesto de relaciones que se unen a través de conexiones humanas, su idea de sí misma está delineada por ellas y se evalúa a través de actividades particulares de cuidado. La autora concluye que en la voz de las Mujeres se encuentra la ética del cuidado (an ethic of care) una ética que se basa en la premisa de la no violencia, en el ideal de que nadie debe ser herido[4].
Estas ideas fueron escritas en 1982, un año después del libro de Gary Becker, A Treatise on the family. No pretendo afirmar que el trabajo de Gilligan estuvo influenciado por los pensamientos de Becker sobre la forma en que las familias deberían organizarse; sin embargo, parece que ambas conclusiones apuntan hacia la misma dirección, como si una alimentara a la otra. Becker sostiene que las actividades domésticas son productivas y que los productos producidos en el interior se consumen en el hogar, no solo se producen allí[5]. Su teoría de la división sexual del trabajo propone que la función de utilidad[6] que describe a la familia se maximiza cuando los miembros de los hogares se especializan en trabajo doméstico o en el mercado[7]; sus ideas parten de la premisa de que existen diferencias intrínsecas que explican por qué las mujeres han y deben continuar haciendo las tareas domésticas.
Si, como dice Gilligan, la identidad de las mujeres se define mediante sus relaciones, donde el estándar de juicio moral que informa su evaluación de sí misas es un estándar de relación, y donde consideran que sus actividades profesionales pueden llegar a poner en peligro su propio sentido de sí mismas[8], el forzarlas a ingresar al mercado laboral es tanto un daño de género (gendered harm)[9]contra la identidad de las mujeres que tiene como objetivo destruir y silenciar la voz a través de la cual hablan y un detrimento económico para el hogar al impedir que se maximice la utilidad.
El decir que las mujeres son intrínsecamente diferentes a los hombres, provoca que situemos el problema de tener menos mujeres que hombres en la fuerza laboral en las mujeres mismas en lugar de situarlo en las estructuras laborales y prácticas de gestión que han sido diseñadas para aislar y relegar a las mujeres. Estas diferencias «naturales» se revelan a partir de una llamada esenciaque logra borrar la opresión histórica de donde fueron concebidas y ahora aparecen como innatas en las mujeres. Si el feminismo se define, entre otras cosas, por estar a favor de f[10], hemos de evitar caer en la trampa de afirmar supuestas diferencias innatas o basadas en algún tipo de esencia, ya que la consecuencia final es la creación de un núcleo de lo que es una «mujer», provocando que quien caiga fuera no ya no se considera uno.
Aunque Becker dice que existen diferencias biológicas que hacen que las mujeres sean más aptas para las tareas domésticas, intenta proteger su argumento insistiendo en que no importa la fuente de la ventaja comparativa[11], lo que debemos considerar simplemente es que en el mundo actual estas ventajas existen. Cristine Littleton está de acuerdo con esto, su concepción de la igualdad como aceptación (equality as acceptance) reconoce e intenta lidiar con las diferencias biológicas y sociales y afirma que eliminar las consecuencias desiguales de las diferencias sexuales es más importante que debatir si tales diferencias son reales[12]. Este enfoque proclama que son las consecuencias de la diferencia de género, y no sus fuentes, lo que la igualdad como aceptación atiende.
Aquí, Littleton continúa con el trabajo de Gilligan yendo un paso más allá; es como si Gilligan explicara las causas de por qué las mujeres, debido a su ética de cuidado y definición de sí mismas, prefieren especializarse en el trabajo de cuidado y Littleton busca reconocer que, dado que esta es la realidad de la mayoría de las mujeres[13], debemos reconocer y buscar una solución que tenga como objetivo asegurar que la crianza de los niños se considere una actividad igualmente valiosa[14]. Una solución que presenta como posible es tener un sistema de valor comparable por el cual la labor que efectúan las madres se pueda comparar, por ejemplo, con aquella que realizan los soldados de forma que, a ambos, soldados y madres, se les concedan los mismos salarios y beneficios. Esto, Littleton señala, eliminaría el costo para las mujeres de que ejerzan sus preferencias.
Por práctica que parezca esta solución, Littleton hace la vista gorda ante la noción de que los costos no simplemente desaparecen, sino que se transfieren y la mayoría de las veces se distribuyen al eslabón más débil de la cadena.
Una solo puede estar segura de que incluso cuando nuestras intenciones son crear políticas feministas para ayudar a todas, un subgrupo probablemente se verá perjudicado, pero es aquí, en la forma en que damos alivio a estos daños, que demostraremos nuestra capacidad para mover la agenda hacia adelante y mantenerla viva.
[1]Gilligan, Carol, (1993). In a different voice: psychological theory and women’s development. Cambridge, Mass.: Harvard University Press.
[2]Ibid., p. 31
[3]Ibid., p. 30
[4]Gilligan dice que “in the different voice of women lies the truth of an ethic of care, the tie between relationship and responsibility…” p. 173
[5]Véase Philomila Tsoukala, Gary Becker, Legal Feminism, and the Costs of Moralizing Care, 16 COLUM. J. GENDER & L., p. 365 (2007)
[6]Idem.
[7]Ibid. p. 366
[8]Op. Cit. p.159
[9]Aquí empleo el análisis que hace Robin West en su libro, On the concept of harm, donde define un gendered harm como un “physical, emotional, psychic, and political harms…which have no or little counterpart in men.” Véase Robin West, Caring for Justice (New York: New York University Press, 1997)
[10]Halley, J. E. (2006). Split decisions: How and why to take a break from feminism. Princeton, NJ: Princeton University Press. p. 18
[11]Véase Philomila Tsoukala, Gary Becker, Legal Feminism, and the Costs of Moralizing Care, 16 COLUM. J. GENDER & L., p. 367 (2007)
[12]Littleton señala “Acceptance does not view sex differences as problematic per se, but rather focuses on the ways in which differences are permitted to justify inequality. It asserts that eliminating the unequal consequences of sex differences is more important than debating whether such differences are “real”, or even trying to eliminate them altogether.” P. 37
[13]Aquí Littleton dice que aún cuando los modos de desarrollo empleados por Gilligan no corresponden perfectamente al sexo biológico, eso no evita que sean tipificados como maleo female, y tampoco debería prevenir que se les asigne el mismo valor.
[14]Op. Cit. 37