La primera, de muchas.

Mural de Lapiztola en construcción en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca

Y heme aquí. Regresando de la maestría, con muchas ganas de hacer cosas distintas pero también seguir caminando rumbos conocidos, y es que así soy yo, llena de contradicciones y a veces un tanto inconsistente. Abro este espacio, inspirada en el blog de mi amigo Tito Garza Onofre, Entre abogados te veas, quien me dio grandes tips y de quien siempre aprendo mucho.

En este espacio hablaré de las cosas que me gustan, me apasionan y me hacen vibrar. Trataré de no ser monotemática (aunque no prometo nada) y procuraré hablar de feminismo (s), decisiones de la Suprema Corte de Justicia mexicana y la estadounidense, daré reseñas de los libros que estoy leyendo y de los podcasts que me obsesionan, y en una que otra ocasión seguramente contaré de mis viajes, música y experiencias culinarias (quienes me conocen saben de mi gusto por la comida y la cocina).

Estaré publicando una entrada semanal cada domingo por la tarde/noche; espero generar contenido que sea de interés y sobretodo que despierte inquietudes.

Blackbird

El fin de semana pasado tuve la oportunidad de ir al Centro Cultural Helénico y ver Blackbird; una obra de teatro dirigida por Katina Medina Mora, donde actúan Cassandra Ciangherotti como Uma y Alejandro Calva como Ray.

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La obra es excelente, las actuaciones son magistrales y sobretodo el tema que abordan es de lo más importante.

La obra se centra en la “relación” que tuvieron los personajes 10 años atrás cuando Uma tenía 12 años y Ray 40. Conforme va avanzando la historia nos enteramos que no fue una “relación” meramente platónica sino que hubo una “relación sexual” de por medio.

Salí rota de la función, los personajes te hacen cuestionarte todo el tiempo lo que vivieron, pero sobretodo, al menos en mi caso, no dejé de pensar en el consentimiento que decía Uma haber dado para entablar dicha “relación”.

Pongo entrecomillas la palabra relación precisamente porque a mi parecer no lo es. ¿Una niña de 12 años puede consentir a tener una relación emocional y sexual con un hombre de 40? No. Pero cuando una va viviendo de la mano de los personajes cómo se desarrolló esa relación, al menos en mi caso llegué a cuestionar si era posible que en efecto Ray se hubiera enamorado de una niña de 12 años.

En términos normativos, la obra nos permite abordar temas que, afortunadamente, cada vez más discutimos: el consentimiento y el deseo.

Si bien la historia es distinta, la obra y las conversaciones que he tenido sobre esta con amigxs me recordaron el amparo directo en revisión 119/2014 que resolvió la primera sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en donde debían resolver si el artículo 182, párrafo primero-donde se tipifica el delito de pederastía- del Código Penal para el Estado de Veracruz era constitucional.

En el caso que llegó a la corte, Esmeralda, denunció a Pablo  por haber abusado sexualmente de su hija adolescente de 14 años. Esmeralda dijo que descubrió mensajes en el celular de su hija, y esta le confesó que tenía un novio de 20 años, a quien conoció en Facebook y con quien tuvo relaciones sexuales en tres ocasiones. Por esos hechos, se le dictó sentencia condenatoria y se le impusieron doce años de prisión.

Una de las cosas que Pablo señalaba en su amparo, era lo relativo a la obligación del Estado de reconocer el derecho de los adolescentes para decidir si otorgan su consentimiento para iniciar su vida sexual e, incluso, para contraer matrimonio, sin necesidad de contar con el consentimiento de sus padres, lo cual forma parte del derecho al libre desarrollo de la personalidad y de la libertad de autodeterminarse.

Pablo, a través de su abogado, señalaba que debe haber una distinción en el ámbito de la libertad sexual en atención al diferente desarrollo psicosexual entre menores y adolescentes, es decir, no se debe castigar de la misma forma a una persona que entabla una relación sexual con unx niñx a una que la entabla con unx adolescente.

La Primera Sala centró su estudio en determinar si el legislador secundario tomó una decisión constitucionalmente válida al penalizar las relaciones sexuales ocurridas con consentimiento de personas menores de 18 años. A lo largo de su sentencia, buscaba determinar si la norma penal impugnada identifica un bien socialmente valioso y lo protege mediante el justificado y proporcional recurso del Estado a su poder coactivo, refiriéndose en concreto a la posibilidad jurídica de que personas adolescentes mayores de 14 pero menores de 18 decidan libremente involucrarse en las actividades sexuales descritas por la porción normativa impugnada.

¿Cómo conciliamos la intención de proteger a lxs adolesecentes de entablar relaciones de supra-subordinación sin desconocerlos como personas sujetas de derechos? En lo personal, todas estas interrogantes surgieron de una obra de teatro. En verdad, recomiendo que vayan a verla y sigamos este diálogo.

Hablemos del trabajo emocional

A menudo hablamos sobre el trabajo no remunerado que las mujeres realizamos en el día a día: el trabajo doméstico, el trabajo que implica la crianza, la limpieza, comprar las cosas para la comida de la semana, tan solo por mencionar algunas.

Como bien señaló la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) en el Amparo Directo en Revisión 1754/2015, a pesar de que la participación laboral de las mujeres ha aumentado, esto no ha logrado un reparto igualitario de las tareas domésticas dentro de las familias, lo que resulta en la llamada “doble jornada” que realizan un número significativo de mujeres.

Esto quiere decir, que además de la jornada laboral que se cumple en un empleo o profesión fuera del hogar, las mujeres realizan todas las tareas domésticas y de cuidado, lo que acaba consumiendo su uso del tiempo[1]. Hace unos años el INEGI reportaba que alrededor del 96% de las trabajadoras mexicanas cumple con dobles jornadas laborales.

¿Pero qué pasa con el trabajo emocional que también recae en las mujeres?

Hace unos días una amiga me compartió este artículo “Women Aren’t Nags—We’re Just Fed Up. Emotional labor is the unpaid job men still don’t understand.”, mismo que dio origen a este episodio de podcast What is ’emotional labour’ and why are women sick of doing it all themselves?Feminist Current. Lo que más me sorprendió es que en general todas nos sentíamos así o nos habíamos sentido así en algún punto en alguna de nuestras relaciones heterosexuales.

La discusión que se origino a raíz del artículo y el podcast me hizo pensar en dos cosas que había leído hace relativamente poco. El primero, The Making of a Confused Middle-Class Husband, Miller, un profesor liberal que se autodenomina un aliado del feminismo, señala que “It is not that I object in principle to housekeeping and childrearing. I don’t find such work demeaning or unmasculine- just a drain of my time which could be devoted to other more rewarding things. I have had the benefit of feeling relieved that I was motivating her by my emphasis on her doing more, but I have not suffered the demands on my time and emotions that making more useful time available to her would have required”.[2]

El segundo, se trata del libro Marriage in Men’s Lives, de Steven Nock; en este se presenta una aproximación a la evidencia que existe de cómo el matrimonio resulta más benéfico para los hombres casados que para las mujeres, en términos tanto físicos como mentales. El autor concluye que en general, el tiempo que las esposas dedican a las tareas domésticas parece variar con el grado de dependencia económica de sus esposos; sin embargo, los grados de dependencia económica del esposo no se traduce en una mayor involucramiento en las tareas domésticas.

Lo anterior, orilla a Nock a preguntarse por qué los esposos económicamente dependientes de sus esposas harían menos labores domesticas. Los detalles de la vida doméstica tienen un enorme significado simbólico. Las asociaciones son parte de la cultura y están integradas en las instituciones. Un esposo dependiente se aparta de los supuestos tradicionales sobre el matrimonio; si respondiera haciendo más tareas domésticas, se desviaría aún más. Cuando hace aún menos tareas domésticas, considera Nock, está compensando su distanciamiento de las asociaciones normativas al ser más tradicional en todas las formas que puede.

Resulta gracioso, por llamarle de alguna forma, que la respuesta de algunos ha sido sostener un caso a favor del desorden y la “mugre”. En su artículo para el New York Times, The Case for Filth, Stephen Marche concluye que la solución a la división de género en las labores domésticas es simple: que nadie lo haga. A su parecer, una casa limpia es el signo de una vida desperdiciada.

Hablemos del trabajo emocional

En una línea muy similar, Jonathan Chait escribió para la New York Magazine un artículo titulado A Really Easy Answer to the Feminist Housework Problem, pide que se introduzca un poco de relativismo cultural al debate de la divisón de la labores domésticas. Chait considera que existe una suposición de que hay un nivel correcto de limpieza en una relación heterosexual, y ese nivel lo determina la mujer.

No me queda claro que la solución sea vivir en un espacio desordenado y sucio. Como le contesta Jessica Grose[3] a Chait: why should women lower their standards to accommodate male partners who happen to be slackers?


[1] El Consenso de Brasilia  reafirmó que el trabajo doméstico no remunerado constituye una carga desproporcionada para las mujeres y en la práctica es un subsidio invisible al sistema económico, que perpetúa su subordinación y explotación.

[2] Miller, S. M. The making of a confused middle-class husband. Social Policy, July 1971, pp. 33–39.

[3] Why We Can’t Let Men Off the Hook on Housework. Disponible en https://www.thecut.com/2013/12/what-the-times-gets-wrong.html

El valor del disenso: Voto en contra

Esta semana terminé de leer el libro Voto en contra del Ministro en retiro José Ramón Cossío Díaz (Ciudad de México, 1960) y como dije en la primera entrada del blog, en este espacio también hablaré un poco de los libros que estoy leyendo.

Antes de empezar debo hablar de mi completa falta de objetividad ante lo que escribe el ministro Cossío Díaz; hace poco más de 7 años fue mi profesor de Derecho Constitucional y posteriormente me ofreció trabajar en su ponencia, donde durante dos años no solo aprendí sobremanera, sino también tuve el privilegio de conocer a grandes personas y abogadxs y donde conocí a muchas de quienes hoy son mis mejores amigas y mentoras (Paulina, Mariana y Juan Luis, les estoy hablando a ustedes). De igual forma, fue gracias a él que conocí a Luz, mi primera jefa, quien me introdujo al feminismo y me enseñó la importancia de la labor judicial.  

Encontré el libro Voto en Contra en el Gandhi de Oasis Coyoacán un día que estaba comprando un regalo para la fiesta de una amiga de mi hija. El libro se encontraba en el estante de los libros recomendados y no dude en tomarlo; la mera portada del libro es una descripción de lo que te espera en las 181 páginas: un banco de peces blancos nadando hacia la derecha, mientras que uno rojo va hacia la izquierda, el libro es una oda a la disidencia. 

El libro es una compilación de los votos donde el ministro José Ramón Cossío Díaz se apartó de la decisión mayoritaria de las y los ministros en turno. La selección, como dice el autor en la presentación, fue hecha con base en el impacto social que tuvo su disidencia; su artículo Las trampas del consenso ya nos auguraba la creación de una obra de este estilo. 

A lo largo del libro se abordan distintos temas que marcaron la agenda jurídica durante los 15 años que el ministro Cossío estuvo en la Suprema Corte, dentro de los que se encuentran temas como la necesidad de interpretes y traductores indígenas, geolocalización, la inconstitucionalidad del arraigo, el virus de inmunodeficiencia humana y las fuerzas armadas, desaparición forzada, legalización de la marihuana y restitución internacional de menores, solo por mencionar algunos. Cada capítulo aborda un tema y explica los antecedentes del caso, el derecho (o derechos, dependiendo del caso) constitucional que se encontraba en pugna, el contexto, la decisión de la corte y las razones por las cuales fue disidente. 

El libro tiene múltiples virtudes, pero sobretodo me gustaría recalcar el lenguaje en el que está escrito. Los abogados son conocidos por hacer uso de un lenguaje rebuscado, emplear oraciones y párrafos interminables y complicar hasta lo más sencillo; esto no aplica para este libro. A lo largo de sus páginas, aún temas como la contradicción de tesis 293/2011 donde se hicieron análisis sumamente enredados, el autor es capaz de explicar el asunto para alguien que no está familiarizo con la jerga jurídica. En una época en donde cada vez más vemos a jueces, magistrados y tribunales apostarle a una agenda vde “justicia abierta”, este libro marca de un referente de cómo acercarse verdaderamente a la ciudadanía. 

Finalmente, señalaré lo obvio: compren el libro, léanlo, discutámoslo y celebremos la posibilidad de que existan disensos dentro de nuestras cortes. 

Mujeres furiosas

El viernes miles de mujeres salieron a las calles como respuesta al comunicado que emitió la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum, donde calificó de “provocación” la manifestación convocada el 12 de agosto.

Las protestas que se generaron a lo largo de esta semana fueron una respuesta a las denuncias de al menos tres casos de violación por parte de policías de la Ciudad de México.

Como relata la nota Por Una, Por Todas: Las Voces De Las Mujeres En La Protesta #Nomecuidanmeviolan[1] el primer caso fue el 10 de julio, cuando una mujer de 27 años denunció que policías la violaron en un hotel de la colonia Tabacalera. Dos elementos fueron vinculados a proceso.

El segundo caso ocurrió el 3 de agosto, cuando una chica de 17 años denunció que cuatro policías la violaron en una patrulla en Azcapotzalco. Ningún elemento se encuentra detenido e información personal de la joven se filtró.

El tercer caso sucedió el 8 de agosto, cuando una joven de 16 años de edad denunció que fue violada por un elemento de la Policía Bancaria e Industrial en el Museo Archivo de la Fotografía.

Mucho se ha dicho en redes sociales con relación a los disturbios  que se generaron en la marcha, haciendose especial critica a que se hayan vandalizado espacios públicos como el Ángel de la Independencia, el incendio en una estación de policía y pintas tanto en estaciones del Metrobús como en las instalaciones de la Secretaría de Seguridad Ciudadana.

Decidí hacer esta entrada con el objetivo de hablar acerca de la rabia y el enojo de las mujeres y cómo esta siendo usada para generar una falsa dicotomía entre las feministas actuales y las «de antes».

¿Por qué cuesta tanto ver a mujeres furiosas tomar las calles, destruyendo y prendiéndole fuego a las cosas?  El viernes vi a mujeres enojadas de una nueva forma, de una manera pública, sin remordimiento alguno por estar manifestando su hartazgo- una forma de enojo que ha sido reservada para los hombres.

La furia es una herramienta política, una herramienta que ha sido usada por muchos hombres cuando quieren defender su derecho a diferentes tipos de poder. Tan solo tomemos como ejemplo la actuación de Brett Kavanaugh durante su proceso de selección como ministro de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos. Por el contrario, la mayoría de las veces, la ira de las mujeres es desanimada, se busca que sea una emoción que se reprima, se ignora, una emoción que se traga.

Es crucial recordar que la ira y el enojo de las mujeres ha sido recibida, y a menudo denostada, de manera que ha reflejado los mismos prejuicios que la provocaron: la furia de las mujeres indígenas se trata de manera diferente a la ira de las mujeres blancas o mestizas; las cosas que indignan a las mujeres pobres se escuchan de manera diferente a la ira de las ricas. Sin embargo, a pesar de las formas variadas e injustas a través de las cuales a lo largo de la historia se ha tratado de ridiculizar la furia de las mujeres, este enojo y hartazgo ha provocado cambios sustantivos, alteraciones a reglas y prácticas y ha hecho temblar estructuras.

La ira es una forma de manifestar rechazo; un rechazo a ser ridiculizada, a ser silenciada, avergonzada, un rechazo a seguir soportando las agresiones de otros.  El viernes, la furia y la ira en las calles fue un rechazo a la mentira de que la ira de las mujeres frente a la injusticia y violencia cotidiana no es legítima. Bien dice Soraya Chemaly que las sociedades que no respetan el enojo de las mujeres, no respetan a las mujeres. Punto.  

Foto de Sara Achik

En muchas ocasiones, la mera expresión pública del enojo es algo trascendente. La ira de las mujeres ha llevado a formas completamente nuevas de desobediencia civil; por ejemplo, en 1965, una estudiante de la Universidad de Chicago llamada Heather Booth ayudó a la hermana de una amiga a hacerse un aborto. Cuando otras mujeres comenzaron a pedir ayuda, ella y un grupo de jóvenes feministas comenzaron a desarrollar un sistema de números de teléfono, palabras clave y lograron ayudar a más de once mil mujeres a obtener abortos seguros entre 1969 y 1973[2]. Parte del proceso de estar furiosa es reconocer que no somos las primeras en estarlo, y que hay mucho que aprender de las historias de mujeres, muchas de ellas no blancas o de clase media, que nunca han tenido razón para no estar enojadas.

Así que no, no caigan en el lugar común de decir que la furia, la ira o la violencia de las mujeres no es legítima. La ira de las mujeres en las calles esta cambiando cómo entendemos la desigualdad, y lo hace de una forma tangible, pero también ideológica. A veces la ira hace su magia simplemente por existir, persistir, implacable y sin complejos ni culpas.

A todas las mujeres que leyeron las noticias y se sintieron furiosas por lo que está ocurriendo, por la violación de niñas y mujeres a manos de los que se supone que deben protegernos, por el aumento del acoso sexual en todos los espacios, a todas, si hoy están enojadas y se preguntan si tienen razones para estarlo, déjenme decirles esto: el estar vivas, cuando todos los días en nuestro país se asesinan 9 mujeres solo por ser mujeres, nos demanda estar furiosas.[3] Y si todo esto te hace querer cambiar tu vida para cambiar el país, entonces no olvides cómo se siente estar furiosa.


Foto de Sara Achik

[1] Disponible en https://animal.mx/2019/08/protesta-feminista-cdmx-glorieta-de-insurgentes/

[2] Véase Organizing principle en https://mag.uchicago.edu/law-policy-society/organizing-principle#

[3] Véase https://mvsnoticias.com/noticias/nacionales/diario-mueren-en-mexico-9-mujeres-solo-por-ser-mujeres/

De las labores de cuidado.

Desde que las mujeres conquistamos el derecho a trabajar fuera del hogar, y recibir una remuneración económica por nuestras labores, la pregunta de quién debe realizar las labores de cuidado ha estado revoloteando sobre nuestras cabezas. Esta entrada pretende presentar diferentes aproximaciones a esta pregunta y busca señalar cómo la mayoría de las posiciones, si bien bienintencionadas, tiene costos y fallas que hemos de tomar en cuenta a la hora de decidir cuál deseamos adoptar.

A través de su libre, In a different voice[1]Carol Gilligan señala que, de acuerdo a su investigación, las teorías de desarrollo moral usadas en ese momento, estaban basadas de manera exclusiva en la forma en la que los niños moralmente evolucionaban a ser hombres. Esto, ella señala, provocaba que la evolución moral de las niñas y mujeres fuera evaluada en una forma que silenciaba cómo construían y entendían no solo su persona, sino también sus relaciones con otros y con el mundo[2].

Gilligan explica que el estudio del desarrollo moral ha construido su sujeto de estudio como un yoque se define mediante una separación que apunta a la abstracción y la objetividad que se obtiene a través del derecho y las matemáticas como herramientas para resolver dilemas morales, nombrando esto como la lógica de la justicia (the logic of justice)[3]. Esto, Gilligan señala, es opuesto a la forma en la que las niñas encuestadas interactúan con el mundo: ellas ven el mundo compuesto de relaciones que se unen a través de conexiones humanas, su idea de sí misma está delineada por ellas y se evalúa a través de actividades particulares de cuidado. La autora concluye que en la voz de las Mujeres se encuentra la ética del cuidado (an ethic of care) una ética que se basa en la premisa de la no violencia, en el ideal de que nadie debe ser herido[4].

Estas ideas fueron escritas en 1982, un año después del libro de Gary Becker, A Treatise on the family. No pretendo afirmar que el trabajo de Gilligan estuvo influenciado por los pensamientos de Becker sobre la forma en que las familias deberían organizarse; sin embargo, parece que ambas conclusiones apuntan hacia la misma dirección, como si una alimentara a la otra. Becker sostiene que las actividades domésticas son productivas y que los productos producidos en el interior se consumen en el hogar, no solo se producen allí[5]. Su teoría de la división sexual del trabajo propone que la función de utilidad[6] que describe a la familia se maximiza cuando los miembros de los hogares se especializan en trabajo doméstico o en el mercado[7]; sus ideas parten de la premisa de que existen diferencias intrínsecas que explican por qué las mujeres han y deben continuar haciendo las tareas domésticas.

Si, como dice Gilligan, la identidad de las mujeres se define mediante sus relaciones, donde el estándar de juicio moral que informa su evaluación de sí misas es un estándar de relación, y donde consideran que sus actividades profesionales pueden llegar a poner en peligro su propio sentido de sí mismas[8], el forzarlas a ingresar al mercado laboral es tanto un daño de género  (gendered harm)[9]contra la identidad de las mujeres que tiene como objetivo destruir y silenciar la voz a través de la cual hablan y un detrimento económico para el hogar al impedir que se maximice la utilidad.

El decir que las mujeres son intrínsecamente diferentes a los hombres, provoca que situemos el problema de tener menos mujeres que hombres en la fuerza laboral en las mujeres mismas en lugar de situarlo en las estructuras laborales y prácticas de gestión que han sido diseñadas para aislar y relegar a las mujeres. Estas diferencias «naturales» se revelan a partir de una llamada esenciaque logra borrar la opresión histórica de donde fueron concebidas y ahora aparecen como innatas en las mujeres. Si el feminismo se define, entre otras cosas, por estar a favor de f[10], hemos de evitar caer en la trampa de afirmar supuestas diferencias innatas o basadas en algún tipo de esencia, ya que la consecuencia final es la creación de un núcleo de lo que es una «mujer», provocando que quien caiga fuera no ya no se considera uno.

Aunque Becker dice que existen diferencias biológicas que hacen que las mujeres sean más aptas para las tareas domésticas, intenta proteger su argumento insistiendo en que no importa la fuente de la ventaja comparativa[11], lo que debemos considerar simplemente es que en el mundo actual estas ventajas existen. Cristine Littleton está de acuerdo con esto, su concepción de la igualdad como aceptación (equality as acceptance) reconoce e intenta lidiar con las diferencias biológicas y sociales y afirma que eliminar las consecuencias desiguales de las diferencias sexuales es más importante que debatir si tales diferencias son reales[12]. Este enfoque proclama que son las consecuencias de la diferencia de género, y no sus fuentes, lo que la igualdad como aceptación atiende.

Aquí, Littleton continúa con el trabajo de Gilligan yendo un paso más allá; es como si Gilligan explicara las causas de por qué las mujeres, debido a su ética de cuidado y definición de sí mismas, prefieren especializarse en el trabajo de cuidado y Littleton busca reconocer que, dado que esta es la realidad de la mayoría de las mujeres[13], debemos reconocer y buscar una solución que tenga como objetivo asegurar que la crianza de los niños se considere una actividad igualmente valiosa[14]. Una solución que presenta como posible es tener un sistema de valor comparable por el cual la labor que efectúan las madres se pueda comparar, por ejemplo, con aquella que realizan los soldados de forma que, a ambos, soldados y madres, se les concedan los mismos salarios y beneficios. Esto, Littleton señala, eliminaría el costo para las mujeres de que ejerzan sus preferencias. 

Por práctica que parezca esta solución, Littleton hace la vista gorda ante la noción de que los costos no simplemente desaparecen, sino que se transfieren y la mayoría de las veces se distribuyen al eslabón más débil de la cadena. 

Una solo puede estar segura de que incluso cuando nuestras intenciones son crear políticas feministas para ayudar a todas, un subgrupo probablemente se verá perjudicado, pero es aquí, en la forma en que damos alivio a estos daños, que demostraremos nuestra capacidad para mover la agenda hacia adelante y mantenerla viva.


[1]Gilligan, Carol, (1993). In a different voice: psychological theory and women’s development. Cambridge, Mass.: Harvard University Press.

[2]Ibid., p. 31

[3]Ibid., p. 30

[4]Gilligan dice que “in the different voice of women lies the truth of an ethic of care, the tie between relationship and responsibility…” p. 173

[5]Véase Philomila Tsoukala, Gary Becker, Legal Feminism, and the Costs of Moralizing Care, 16 COLUM. J. GENDER  & L., p. 365 (2007)

[6]Idem.

[7]Ibid. p. 366

[8]Op. Cit. p.159

[9]Aquí empleo el análisis que hace Robin West en su libro, On the concept of harm, donde define un gendered harm como un “physical, emotional, psychic, and political harms…which have no or little counterpart in men.” Véase Robin West, Caring for Justice (New York: New York University Press, 1997)

[10]Halley, J. E. (2006). Split decisions: How and why to take a break from feminism. Princeton, NJ: Princeton University Press. p. 18

[11]Véase Philomila Tsoukala, Gary Becker, Legal Feminism, and the Costs of Moralizing Care, 16 COLUM. J. GENDER  & L., p. 367 (2007)

[12]Littleton señala “Acceptance does not view sex differences as problematic per se, but rather focuses on the ways in which differences are permitted to justify inequality. It asserts that eliminating the unequal consequences of sex differences is more important than debating whether such differences are “real”, or even trying to eliminate them altogether.” P. 37

[13]Aquí Littleton dice que aún cuando los modos de desarrollo empleados por Gilligan no corresponden perfectamente al sexo biológico, eso no evita que sean tipificados como malefemale, y tampoco debería prevenir que se les asigne el mismo valor. 

[14]Op. Cit. 37

¿Malas feministas?

En el 2014, Roxane Gay publicó su libro Bad Feminist[1](en español el título se tradujo como Confesiones de una mala feminista) y la mayoría de las que nos autodenominamos feministas lo devoramos. El libro es una compilación de 23 ensayos cortos en donde se emplea un enfoque feminista a varios conflictos que se viven en la vida diaria y habla de cómo se vive el feminismo –desde un enfoque personal–, haciendo uso de la cultura pop estadounidense (para ser honesta, en varias ocasiones tuve que buscar a qué se referían sus ejemplos, pero aún así pude entenderlo sin tanto problema). El libro es una verdadera joya y lo recomiendo ampliamente. 

Ahora bien, en las redes sociales cada vez vemos más personas preguntarse si son “malas feministas” por realizar determinadas actividades o escoger ciertas cosas, por lo que leer el artículo de Andi Zeisler The crisis of «bad feminism» is worse than you think, me resonó sobremanera. 

Tal como Roxane Gay señala en Bad feminist, y Zeisler recupera en su texto, el feminismo contemporáneo en repetidas ocasiones demanda performance. Por esta razón, cuando se escriben artículos preguntando: “Am I a Bad Feminist Because Sometimes All I Want for My Life is to Get Married, Have Babies and a Nice House Out in the Country?”, una puede pensar que las articulistas están haciendo un performance de su feminismo. 

Sin embargo, estos artículos y la autodeterminación de “malas feministas” pueden crear la idea de que existe UNA forma correcta de ser feminista y, en mi opinión, puede llegar a fomentar la existencia de una fiscalización de nuestra vida, como si el compromiso tuviera que gritarse en negritas todo el tiempo.

Lo anterior, parece negarnos la posibilidad de tener contradicciones internas, ser multifacéticas y parece obligarnos a aceptar la idea que El Feminismo© es una teoría política rígida a la que muy pocas mujeres pueden acceder. La siguiente frase del artículo de Zeisler resume de manera excelente lo que quiero decir, por lo que opto por transcribirlo: 

Indeed, part of lived feminism is understanding that it is impossible to square our ideals of feminism with every aspect of our lives, and that it’s just not worth beating ourselves up over small capitulations to the entrenched patriarchy most carry around within us. But what I do want to stress is this: It is not helpful to write about each and every one, particularly not for an audience that, in large portions, is inclined to demonize feminism and feminists. Doing so begins to look like pointless self-flagellation. And — again, considering that huge numbers of commenters on any given feminist article are antagonists who have already reduced the movement to stereotypes — it trivializes feminism, making it look even more like the exclusive realm of elite women who are squandering time and energy bickering over whose shoes are more authentic to the sisterhood…Feminism is more than a collection of personal likes and dislikes. And that’s why choice feminism as a whole is a dangerous frame for a political and social movement. 

Esta transcripción nos provoca la siguiente pregunta, ¿cómo es que una puede determinar si un proyecto es feminista? Para responder esto, me permito recurrir a Janet Halley y a su libro Split decisions[2]donde señala que en su opinión para que algún tipo de proyecto, ya sea político, normativo o de pensamiento sea feminista (recordemos que Halley lo escribe pensando estrictamente en el imaginario estadounidense), este debe adherirse a tres proposiciones:

  1. m/f- Debe realizar una diferencia entre m y f (diferentes feminismos lo realizarán de modos distintos, algunos harán una distinción entre masculino y femenino, otros entre hombre y mujer);
  2. m>f- Debe postular la existencia de algún tipo de subordinación entre m y f, donde f es el elemento en desventaja o subordinada, y,
  3. Todo proyecto debe oponerse a la subordinación de f, en palabras de Halley, “Feminism carries a brief for f”.

Entonces, cuando nos preguntemos si nuestro proyecto es feminista, yo soy de la idea de recurrir a esta tríada y recordar que, como dice Zeisler, “no todo lo que una feminista hace es un acto feminista”.

Este texto no pretende ser impositivo, mi objetivo es invitar a la discusión del porqué, algunas feministas nos sentimos (o nos hemos sentido) obligadas a justificar todas nuestras decisiones y actos que realizamos en nuestra vida diaria y busco que hablemos de las implicaciones de caer en un choice feminism[3].


[1]Gay, R. (2014). Bad feminist: Essays.

[2]Halley, J. E. (2006). Split decisions: How and why to take a break from feminism. Princeton, N.J: Princeton University Press

[3]Para entender qué es choice feminism recomiendo leer: https://femmagazine.com/feminism-101-what-is-choice-feminism/